miércoles, 2 de noviembre de 2011

El trabajo bien hecho (y II)



Comentábamos esta mañana que nuestra sociedad se estaba haciendo mediocre a medida que los ahorros de costes y la falta de preocupación por hacer las cosas bien invadía todos los ámbitos de nuestra vida.


Los servicios más caros no están exentos de este mal, y desde luego, los más baratos hasta hacen ostentación de los pesimos resultados que se pueden lograr paganos lo menos posible.


Y uno no deja de añorar los tiempos en que las cosas parecían querer hacerse bien porque eso era lo correcto.


Los años en los que una filosofía casi kantiana impregnaba los productos y los servicios a todos los niveles, y en los que los beneficios y la supervivencia de una empresa dependían no sólo de los ahorros de costes, sino de la satisfacción de los clientes y, por lo tanto, de la calidad de lo que fabricabas o vendías, y de cómo lo fabricabas y lo vendías.


Y no lo hecho de menos sólo porque nuestra sociedad se esté haciendo mediocre, sino porque imagino un mundo así y siento envidia.


Un mundo en el cual un carpintero viene a tu casa a instalarte un mueble y se deja la piel para que el resultado sea perfecto, o en el que un político que ha dado su palabra dimita si no puede cumplirla, o en el que un consumidor tenga tiempo de elegir entre la mejor de las opciones, no escoger rápidamente entre la que parece menos mala.


No sé si logro explicarme, pero creo que el trabajo es algo de lo que nos debemos sentir orgullososo, pues a través de él cambiamos el mundo, a través de él dejamos una impronta, una marca, en el universo y en la eternidad.


Son nuestro trabajo y nuestras obras lo que nos ayuda a definirnos, además de las relaciones personales.


Y ese es el gran error que está cometiendo nuestra sociedad, volcada como está en la consecución de metas y relaciones a corto plazo y centradas exclusivamente en el yo, en el uno mismo, incluso cuando tenemos relaciones con los demás.


Nos olvidamos, en lo personal y en lo laboral, del otro, de la otra parte que no es tal, sino una parte de nosotros mismos por cuanto nuestra relación mutua nos define. y al olvidarnos de él, nos olvidamos de nosotros.


La mayoría no comprenderéis siquiera lo que quiero expresar, pero unos pocos sí. Unos pocos de vosotros habréis sentido lo que yo llamo una pérdida de la identidad derivada del egoísmo. De tanto centrarnos en nosotros mismos, perdemos nuestra esencia, porque ésta se forja con lo que hacemos.


Y ningún acto puede ser bueno si sólo tiene en cuenta los deseos y las acciones propias y olvida cómo estos influyen y marcan a quienes nos rodean.


No pretendo que seamos santos, pero sí que tomemos conciencia de que cuando amamos, o cuando odiamos, o cuando realizamos un trabajo, debemos ser plenamente conscientes de las implicaciones que tendrán en nuestro entorno, y hacer cada una de estas cosas, lo mejor que podamos y con plena consciencia de sus consecuencias.


Como decía, hecho de menos los días en que el trabajo bien hecho era un valor, independientemente de su precio. Ahora, sin embargo, lo que obtenemos es una muestra de que nuestra sociedad ha olvidado a todos los niveles los valores de servicio y esfuerzo.


Y de la misma forma que cuando uno se vuelca exclusivamente en su yo termina solo, cuando una empresa olvida su entorno, sus clientes, sus proveedores y sus empleados, y se centra sólo en lo que cree que debe hacer, termina muriendo.


Lo único que puede salvar a nuestras empresas es una vuelta al trabajo bien hecho. En todos los niveles, en todas las áreas, mejorando los productos porque los productos no son algo para ganar dinero, sino un vehículo para cambiar el mundo, y mejorar las vidas de la gente. y sólo si mejoras las vidas de la gente ganas dinero.


Esa es la máxima que debería imperar en nuestras vidas y en nuestra sociedad.


“Sólo si mejoras las vidas y las experiencias de la gente ganarás dinero.”


Y hasta que esto no vuelva a ser así en toda la sociedad, no saldremos de la crisis.

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