sábado, 27 de diciembre de 2008

La avaricia, unos y ceros

¿Qué lleva a gente que tiene miles de millones de dólares, más dinero del que ellos, sus hijos y sus nietos podrán despilfarrar en todas sus vidas?

Algunos dirán que es el hambre de grandes logros. Hacer grandes cosas. Pero no.

La mayoría de ellos lo único que hace en sus vidas es mover dígitos y bits de un sitio a otro intentando acumular más y más.

Por lo tanto, las ganas de conseguir grandes progresos, de crear industrias y de descubrir cosas no es su motivación fundamental.

¿Qué es lo que lleva a Spilberg, quien se puede decir que podría tener todo lo que un hombre podría tener, a invertir dinero con Madoff para ganar un 10% en lugar del 5% que le daría el banco?

Es sólo un ejemplo, pero pone en el punto de mira el sistema que rige actualmente el mundo.

Durante décadas nos hemos acostumbrado a una forma horrible de hacer las cosas. El dinero ha llegado a suplantar la las motivaciones y deseos de la gente, destruyendo lo que había en su interior, y sustituyéndolo por una avaricia focalizada en algo tan simple como el papel y el metal.

El hambre de proyectos, el deseo de los capitanes de la industria de construir, de los científicos de primeros de siglo, como Nicolas Tesla, por descubrir, todo ha desaparecido, sustituido por una avaricia sin sentido.

Miles de millones de euros se mueven cada segundo por los cables mundiales sin construir absolutamente nada. Los ejemplos de nuestros políticos seducidos por un puñado de metal, o un poco de tinta en la cuenta corriente se suceden cada día en las noticias.

Cada uno de nosotros ve en esos papelitos de colores el deseo reprimido. Y no vemos ni la posibilidad de conseguir cosas, sólo queremos tener esos papeles.

Y lo peor, estamos tan metidos en esta dinámica que nos autojustificamos de mil maneras, “el poder, los bienes y servicios que compramos, yo me lo merezco, debo conseguirlo, soy el mejor, soy único, lo que importa es el dinero”. Y despreciamos a quienes no viven según nuestra avaricia nos dicta. “Són débiles, estúpidos, idealistas, no entienden el mundo.”

Quizás sea eso. No entendemos su mundo.

No entendemos porque no son capaces de ver más allá. Porqué no entienden que esa avaricia acaparadora no lleva a nada. Que el tener por tener, sin crear, no sólo nos ha llevado a la crisis actual, sino que además nos ha impedido conseguir grandes logros.

No estamos hablando de destruir el capitalismo, sino de reformarlo.

De enfocar las increíbles fuerzas creadoras del ser humano hacia los inmensos logros que podríamos conseguir.

Podríamos alcanzar las estrellas, entender el cosmos, curar TODAS las enfermedades, parar el hambre y la pobreza, y nos contentamos con mover dinero de un lado a otro para intentar obtener un 5% más de intereses, para acaparar más unos y ceros en nuestras cuentas corrientes.

Nos endeudamos durante 50 años para tener una casa que debía ser un derecho, y aprovechamos para comprarnos un todoterreno que está por encima de nuestras posibilidades. Sacrificamos el futuro por el presente.

De la misma forma, destruimos lo que la Naturaleza ha tardado cientos de millones de años en crear para seguir acumulando unos y ceros.

Matamos, robamos y estafamos para tener más de lo mismo, sin esforzarnos en trabajar, en conseguir cosas, en realizar logros.

Hemos dejado de ser personas, hombres. No construimos nada, no creamos nada. Al final, todos nosotros somos unos simples acaparadores de unos y ceros.

Y así, les damos la razón a los que han creado este sistema.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Índice de la Revista Integral de Enero

6- Ecoimágen

9- Noticias

16- Yo Cambio

18- Bioconstrucción

20- Opinión

22- Entrevista

24- Los Últimos Pastores

32- Pueblos Autosuficientes

38- El auge del `ecoempleo´

44- Salud y Transgénicos

52- La hora de la acupuntura

58- Germinados depurativos

62- Inteligencia social

68- Recorridos Naturales

72- Las culturas del Bosque

74- Huerto en Casa. Cultivarmlos planteles.

76- Casa Sana. Fiesta sin derroches.

78- Consumo Responsable: La hora del té más natural.

80- Taller. Formas de entrar en calor.

82- Alimento Saludable. Ortiga depurativa.

86- Guía Cultural.

88- Ecoideas

90- Integral Práctica.

98- Inspiraciones.

Índice de la Revista Integral de Enero

6- Ecoimágen

9- Noticias

16- Yo Cambio

18- Bioconstrucción

20- Opinión

22- Entrevista

24- Los Últimos Pastores

32- Pueblos Autosuficientes

38- El auge del `ecoempleo´

44- Salud y Transgénicos

52- La hora de la acupuntura

58- Germinados depurativos

62- Inteligencia social

68- Recorridos Naturales

72- Las culturas del Bosque

74- Huerto en Casa. Cultivarmlos planteles.

76- Casa Sana. Fiesta sin derroches.

78- Consumo Responsable: La hora del té más natural.

80- Taller. Formas de entrar en calor.

82- Alimento Saludable. Ortiga depurativa.

86- Guía Cultural.

88- Ecoideas

90- Integral Práctica.

98- Inspiraciones.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Doctor en Alaska

Os copio un genial artículo publicado hace ya mucho tiempo (tanto que no recuerdo el periódico, quizás El Mundo) y escrito por Fernando Baeta, sobre esta serie, sin duda, para mí, la mejor serie que jamás se ha hecho.

Cicely

Cicely es la prueba concluyente de que, como sentenció Pavese, el arte de vivir es el arte de creer en las mentiras. Cicely es el arte de vivir porque nos hace creer en las mentiras. Cicely, ochocientos y pico habitantes imaginarios, es mentiroso, utópico, bello, virginal, necesario. También es un tratado de filosofía para escépticos, en edición de bolsillo. Nada en esta serie televisiva es necesariamente cierto, aunque todo en ella es necesariamente envidiable. Cicely es la expresión inteligente de todo aquello que nos estamos perdiendo, el sueño sin final, la magia, la otra cara de nosotros mismos, lo que pudimos haber sido.

No es la simple historia de un médico de Nueva Yorkque cae en Cicely, Alaska, y se pregunta sin desmayo ¿qué narices hago yo aquí?, sino la historia de un pueblo inalcanzable, en el que hubiéramos podido vivir si fuéramos de otra forma. Hubo un tiempo en el que todos pudimos ser Joel, Maggie, Chris, Maurice, Marilyn, Holling, Shelly, Ed, Ruth-Anne... o muchos otros de los personajes circunstanciales que conforman el contexto de esta epopeya en 625 líneas. Pero ya es tarde para lamentos. Tenemos que hacernos a la idea de que Doctor en Alaska es sólo una edificante serie de televisión en la que sus creadores, productores, directores, guionistas y actores cobran por engañarnos, por hacernos creer que todavía es posible la utopía, soñar despierto. Pocas veces una historia ha llegado tan lejos partiendo de la más absoluta de las miserias, que diría aquel amante sarnoso.

Nos gustaría crer que Joel no se irá a Manhattan, que Maggie sabrá, por fin, qué es la felicidad, que Chris seguirá haciendo humana la filosofía desde su micrófono de la K OSO, que Ed se convertirá en chamán, que Marilyn continuará teniendo todas las respuestas, que Shelly no crecerá y que Hollyn no envejecerá, que Maurice se enriquecerá todavía más y que Ruth-Anne aprenderá italiano parapoder leer a Dante. Nos gustaría creer en Papa Noel.

Nos gustaría creer que Cicely existe aunque sepamos que nunca existió, que nunca existirá. Cicely es la prueba de cargo de nuestras frustraciones, de nuestros fracasos, de nuestras apuestas equivocadas. Quedan cuatro días y pico para disfrutar de este sueño, hágalo porque de lo contrario se arrepentirá. Es una de las escasas bocanadas de aire puro que transpira ese mueble que agota nuestras vidas.