jueves, 18 de agosto de 2011

Síndrome de la guerra contra la crisis

Que estamos en guerra contra la crisis no lo duda nadie. Los esfuerzos que tenemos que llevar a cabo todos, así como ls víctimas colaterales del despropósito que ha sido el crecimiento financiero no pueden calificarse de otra forma como de guerra.

Estamos en guerra contra los especuladores contra la falta de producción de riqueza y contra nosotros mismos y nuestras ansias de endeudarnos y vivir por encima de nuestras posibilidades.

Estamos en guerra destruyendo el planeta, causando hambrunas y dejando familias en la calle, y sembrando el terreno para otras guerras futuras mucho más aterradoras, pues en esta batalla sólo estamos defendiendo el frente, y no nos estamos garantizando lo que los expertos en estrategia llamarían una capacidad de combate sostenida y sostenible.

Es decir, estamos quemando cartuchos sin atacar las verdaderas fuentes del conflicto. Algunas de estas fuentes, el sistema financiero parasitario y los bonus a corto plazo de los directivos están localizadas pero siguen sin solucionarse, otras, como la especulación salvaje se han demostrado invencibles por la falta de voluntad política para solucionarlas, y algunas, como el desastre medioambiental en ciernes, o la pobreza de los países más desfavorecidos, ni siquiera interesa acometerlas.

Discúlpenme si uso esta jerga de conflicto, pero me viene al pelo para el tema que quiero desarrollar hoy.

Haciendo un símil con el síndrome de la guerra del golfo, creo que los combatientes de esta “guerra” pueden sufrir las consecuencias de la dureza del combate.

Así, si mucho se ha hablado del efecto que el paro tiene en quienes caen en sus garras, poco se ha escrito sobre el impacto que la crisis y las exigencias empresariales están teniendo en toda una clase trabajadora que, en todos los niveles, se está viendo forzada en muchos casos a realizar esfuerzos que al cabo terminarán por pasarle una factura física y psicológica que nadie excepto ellos va a pagar.

Y es que si mucha gente se compadece de quienes están en el paro, no podemos olvidar el daño que el exceso de trabajo y presión puede causar en algunos buenos trabajadores que, sin poder hacer otra cosa, dan el 110% cada día desde hace años con el fin de mantener en funcionamiento empresas cuyos recortes de personal y cuyas exigencias de productividad no toman en consideración si ese esfuerzo es sostenible en el tiempo ni las bajas que traerá cuando pase la tormenta.

Hay un límite a los esfuerzos que se pueden pedir, y si bien en algunos casos ese límite está lejos de alcanzarse, me temo que mucha gente pueda estar llegando a él, bajando los brazos en el combate, que se suele decir.

Esa rendición no sólo será mala para ellos, sino que es terriblemente perniciosa para empresas que, ignorantes de que están destrozando su propio tejido nervioso, siguen exigiendo lo imposible, para conseguir sobrevivir a la crisis.

Se impone un cambio de modelo de exigencia, pues, en según qué casos, es imposible llegar a todo, y se deben acometer los cambios organizativos y de gestión necesarios para garantizar la viabilidad de la empresa, y el que los trabajadores más productivos puedan seguir siéndolo.

Reemplazar a estas personas no será tarea tan fácil como creemos, y cuando todo pase, quizás nos demos cuenta de que habremos entregado muchas armas a la competencia, debilitando nuestro capital humano, y destruyendo nuestra única posibilidad de sobrevivir a la posguerra.

Empresas y trabajadores sufrirán un síndrome post crisis que nada bueno depara a los departamentos de recursos humanos en el futuro cercano.

No hay comentarios: